Hace dos semanas yo era un post-adolescente más: chaval con novia, sin trabajo, con una carrera recién terminada, buscando empleo pero sin mucho afán, perdiendo el tiempo, trampeando con oficios puntuales que me daban lo justo para tratar a cuerpo de rey mis tres grandes obsesiones: mi niña, el cine y los cómics.
Pero una mañana sonó el teléfono. Resacoso, legañoso, semi dormido, cogí el aparato. Era el director de una prestigiosa empresa (de la que no diré el nombre), muy implicada en una de mis dos últimas obsesiones, que me citaba para una entrevista, ya que un muy buen amigo les había pasado mi curriculum y les había dicho que podía valer la pena contratarme.
Nervios, dolor de barriga, tartamudeo mal disimulado. Cuelgo. Tengo la entrevista dentro de 3 días.
Fue el peor fin de semana de mi vida, peor incluso que el que precedió a la selectividad.
La entrevista llegó, no quería mostrarme diferente a como soy (hubiera cantando demasiado verme con traje gris perla y corbata a rayas), así que simplemente fui yo mismo. Pero en el tercer minuto de la entrevista mi corazón dio un vuelco: no me estaban haciendo preguntas, sino detallándome el trabajo, los porqués de que me hubieran llamado y lo que esperaban de mi. Mi curriculum les importaba un pepino (aunque estaba sobre la mesa, lleno de señales de boli), parecía que me conocían bien, aunque anteriormente habíamos tenido muy poco trato.
Hablaban como si ya me hubieran dado el puesto, pero no podía creermelo: a las excelentes condiciones del empleo y a mi amor incondicional por el mundillo se sumaban un sueldo superior al de mi padre y un acceso ilimitado a los entresijos de una de mis pasiones, con el handicap añadido de mi juventud. No podía ser verdad. Demasiada suerte.
Me dijeron que me llamarían al lunes siguiente. El jueves sonó el teléfono. Me daban el trabajo. Colgué. No pude reprimir un grito de alegría, tenía ganas de llamar a todo el lístín telefónico para decírselo a todos. Afortunadamente, me contuve.
Hace dos días que trabajo allí, y siento que he cambiado. Un trabajo de jornada completa, apasionante, divertido, creativo y de gran responsabilidad ha disparado mi nivel de eficiencia junto a mis ganas de trabajar, y la previsión de lo que puedo hacer con semejante sueldo me supera. Lo primero, hacerle un grandioso regalo de cumpleaños a mi novia. Además tengo que aprender muchas cosas de golpe, profesionales, económicas y burocráticas. Todo eso me hace sentir mucho mayor de lo que soy y, aunque tengo miedo de no dar la talla, sé que los que me rodean tanto emocional como profesionalmente confían en que puedo tirar adelante sin problemas.
Y aquí estoy, en una nube, esforzándome por recordar que el próximo mes de julio no cumplo 30 años.